sábado, 15 de diciembre de 2007

Merry Kitschmas!

La elegancia de la teoría del gen egoísta para explicar los procesos evolutivos (véanse La guerra que nos mueve) recae en que basta que exista algo capaz de replicarse que sea fecundo, que “viva” lo suficiente para poder replicarse y que cada que se replica lo haga fielmente aunque con una pequeña probabilidad de variación… Gracias a este proceso estúpido, estúpido en el sentido de que no hay algún tipo de diseño consciente detrás de él, emerge la complejidad y belleza de la vida que nos rodea y que somos. El que haya un replicador que se beneficia replicándose es el motor del cambio en la evolución.

Si los seres humanos somos resultado de la evolución, ¿por qué parece que adoptar el punto de vista de los genes egoístas no nos es suficiente para explicar nuestra cultura como un proceso natural? El que esto suceda cae como anillo al dedo de la cultura y las costumbres que nos educan a vernos más allá de lo que sucede en el resto de la naturaleza.

La hipótesis plausible para entendernos como un resultado evolutivo surgió cuando Dawkins propuso que en el nacimiento de la cultura lo que sucedió es que apareció un nuevo tipo de replicador: los memes. Desde el nacimiento de esta peligrosa idea se han dado innumerables debates sobre su utilidad, la comprobación de su eficacia y en todo caso los posibles beneficios del desarrollo de la memética… el debate aún continúa (véase ¿Dónde están los chícharos de la memética?) y no hay una conclusión definitiva.

¿Por qué para quienes adquirimos el punto de vista de los memes su existencia nos parece tan evidente? Así como cuando en otras especies el hecho de que un individuo se sacrifique por otro muchas veces no encaja como supervivencia de la especie sino como supervivencia de los genes, la cultura está plagada de actos aberrantes de este tipo, de actos culturales que se repiten y se repiten y se repiten aunque muchas de las veces no acaben beneficiando a alguien, sino a sí mismos al seguirse replicando.

Esta idea de que lo que realmente tiene poder en la cultura es que haya algo que debe replicarse encaja a la perfección con la idea del Kitsch en el arte, el que realmente no importa qué es arte sino consumirlo y consumirlo porque está de moda y que está de moda porque se consume… y que en su forma filosófica Milan Kundera sintetizó magistralmente en la frase “la negación absoluta de la mierda” o bien “el acuerdo categórico con el ser”.

En mi opinión no hay temporada más apoteósica del Kitsch que la navidad. Es increíble el bombardeo audiovisual con el que uno se ve hostigado en absolutamente cualquier lugar en que se encuentre… cada que entro a un centro comercial en estas épocas me acuerdo del propagandismo nazi, de cómo uno se encontraba swásticas por doquier, sólo que en su lugar uno no deja de ver esferitas y nieve y gorritos y bastoncitos y renos y de escuchar cantos propagandísticos cursis (por lo menos los nazis escuchaban a Beethoven y a Wagner, jajajaja)… Es paradójico que la navidad sea la época del año en la que hay más gente enferma, más gente se deprime, la gente recibe más dinero, más consume y se endeuda más, acabando con la conocida cuesta de enero (cuesta en todos los sentidos).

Es muy probable que usted lector esté pensando en este momento que soy un amargado, y muy probablemente esté en lo correcto… no es mi objetivo retraerlo de su “acuerdo categórico con la navidad”, sólo le dejo en el aire la pregunta:

¿Disfruta usted la navidad o la navidad lo disfruta a usted?

martes, 6 de noviembre de 2007

El hacha de Ganto de la religión

Un día Tokusan dijo a su estudiante Ganto, “hay dos monjes que han estado aquí por varios años, ve y ponlos a prueba.” Ganto tomó un hacha y fue a la choza donde los monjes estaban meditando. Levantando el hacha les dijo: “Si dicen alguna palabra les cortaré la cabeza; y si no dicen algo, también les cortaré la cabeza.”

Opción A: Nuestra intuición, moldeada por la evolución, nos incapacita para vivir en civilización. Las religiones están diseñadas para ser creíbles, intuitivas, y no hay religión que sobreviva a lo largo del tiempo minando su credibilidad, por lo que por el simple proceso de selección natural es de esperar que aquellas religiones que sobrevivieron a lo largo del tiempo no buscaron erradicar nuestras intuiciones inadaptantes, sino perpetuarlas. La ciencia muestra que aquello que catalogamos como realidad es contra intuitivo, increíble. No es posible adaptar el guión de las religiones a esta realidad sin obtener como resultado una mala historia. Es esta mala historia aquello de lo que la gente busca evadirse a través de la religión, no la realidad, y por tanto lo único que garantiza creyendo es perpetuar este ciclo.

Opción B: Si no se busca adaptar el guión de las religiones, sino simplemente tener fe en que de alguna forma extraña Dios mueve los hilos de la maquinaria increíble revelada por la ciencia, se limita el campo de acción de las creencias, las cuales se vuelven más etéreas, un fardo de buenas intenciones y deseos. Es cada vez más difícil traducir estas creencias etéreas en algo concreto sin ayuda de hechos, por lo que para fines prácticos no hay diferencia entre creer y no creer. Las creencias no garantizan nada.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Entre compulsión y necesidad

Nadie negará que es una postura políticamente correcta la de asumir que nadie tiene derecho a cuestionar las creencias de otra persona, por contrarias que sean a la nuestra, sin embargo llega un momento en que uno tiene que sobrepasar la cómoda línea de lo políticamente correcto para entender por qué suceden ciertas cosas. En este escrito me abocare a poner en tela de juicio la opinión de que las personas necesitan creer en algo.

La visión occidental políticamente correcta de la naturaleza humana adolece de ignorar que la mente humana no viene al mundo inmaculada, como una máquina de aprendizaje de propósito general con un disco duro vacío, sino que desde el nacimiento cargamos con un fardo de disposiciones fisiológicas y psicológicas modeladas por la evolución, disposiciones que la mayoría de las veces corresponden a adaptaciones a un estilo de vida al que ya no pertenecemos.

El origen de la tragedia de la condición humana, nuestro “pecado original” y nuestra expulsión del paraíso consisten en que la evolución biológica no tuvo el tiempo suficiente para adaptarnos a la vida civilizada, cuya aparición medida en escalas de tiempo evolutivas sucedió en un parpadeo.

Un ejemplo típico de esta inadaptación es el que se manifiesta en el problema del sobrepeso y la obesidad. En una época en que los alimentos dulces y grasosos con gran contenido energético eran escasos, la evolución nos dotó para identificarlos y consumirlos con avidez cuando los encontráramos. Cuando transportas a la época moderna a una persona para quien ese comportamiento era útil, época en la que tenemos dulces y fritangas al por mayor, se entiende mejor la propensión al sobrepeso y la obesidad, a diferencia del simplemente juzgarlos como una falta de voluntad o gula por parte de quienes los padecen.

Saco a colación este ejemplo porque ayudará a entender mejor la idea principal de este escrito: nuestra mal ponderada “necesidad” de creer no es más que otra inadaptación evolutiva, tal que en lugar de llamarla necesidad habría que llamarla compulsión. En la época en que vivíamos en tribus y compartíamos nuestro espacio con otros muy pocos individuos, las fuentes de información humanas podían llegar a ser muy escasas, por lo que el costo de no asumir como cierto lo que alguien te dijera era muy alto, y entonces la evolución nos programó para ser crédulos. Es un fenómeno parecido al que sucede con los corresponsales de guerra, a los que nos vemos tentados a entregar una mayor credibilidad por el simple hecho de que las fuentes de información en esas situaciones suelen ser muy pocas.

Si trasladas a una persona programada de esta forma a la vida civilizada, en la que las probabilidades de que algo suceda crecen astronómicamente por el hecho de compartir su espacio vital con miles de personas, te das cuenta de que en la actualidad el costo de creer, de asumir como cierto algo cuando tienes la opción de consultar más fuentes de información y realizar un juicio crítico, es potencialmente más alto que el de simplemente no creer. Somos creyentes compulsivos, y vivimos creyendo que esta compulsión es una necesidad.

Alguien que padece un desorden obsesivo como lavarse las manos compulsivamente hasta sangrar también diría que lo hace porque lo necesita, y la negación de esta compulsión le haría su existencia bastante penosa. ¿Hasta qué grado muchas de las penas que las personas tratan de paliar a través de la religión son precisamente producto de su credulidad compulsiva, cual profecía auto infligida? Independientemente de lo que se crea, pienso que esta posibilidad debe tomarse cada vez más en serio.

Para entender los alcances de esta credulidad hay que ver que no se manifiesta solamente en la religión, sino en otros aspectos de la vida en sociedad como el consumismo, con las consecuencias funestas que esto tiene como el calentamiento global, por sólo mencionar un ejemplo.

¿Significa esto que pienso que lo mejor sería que todas las personas dejaran absolutamente de creer? Tomando de nuevo la analogía de la alimentación, sería como decir que la solución al problema del sobrepeso y la obesidad sería dejar de comer… lo que digo es que tal como el hecho de que muchas personas sólo consuman comida chatarra acaba no sólo afectándolas a ellas sino a otras por acaparar los recursos de los sistemas de salud debido a los padecimientos asociados con su condición (hay que recordar que la diabetes ya es la primera causa de muerte en México), puede que el costo de asumir como incuestionable la idea de que la gente necesita creer en algo sea mayor que el de ser escéptico y tratar de encontrar explicaciones naturales a las cosas.

viernes, 26 de octubre de 2007

Empieza la solaz

¿Qué significa ser ateo? ¿Cuál es el sentido de que un ateo se ponga a divulgar sin tapujos su condición de incrédulo? Existen muchísimas formas de no creer en fenómenos sobrenaturales como Dios, tal que catalogar a quienes coinciden en esta incredulidad bajo una sola palabra siempre será insuficiente. Hay quienes dicen que poner de acuerdo a los ateos es como pastorear gatos, que cada uno es demasiado independiente como para dejarse llevar, puesto que es esta independencia la que nos hace no creer. Ser ateo no es creer fervientemente en no creer, es no necesitar creer.

Inicio este blog porque coincido con muchos otros no creyentes en que ha llegado un punto en nuestras sociedades en el que quienes tenemos una visión naturalista de la condición humana y la realidad en general podemos alzar la mano, que hacerlo es una prueba interesante para una sociedad democrática. Si en una sociedad democrática nadie pone peros al que una religión se haga propaganda, incluso considerando la cantidad de cuestiones en las que las diferentes religiones que existen no coinciden ¿qué hay de distinto para quienes estamos interesados en divulgar una visión naturalista del mundo?

Considero que es necesario que los no creyentes argumentemos por qué pensamos que el tener creencias sobrenaturales no es una condición implícita necesaria para que una sociedad funcione, que este tipo de creencias no son de alguna forma garantías de la calidad moral de una persona, sino que es más necesario preocuparse por lo que esta persona HACE.

Muy probablemente quien lea estas líneas piense que manifestarse así es iniciar una tormenta en un vaso de agua, que alzar la mano de esta forma es una reacción incendiaria innecesaria cuando no parece haber una provocación visible en la sociedad mexicana para hacerlo. Espero que con mis contribuciones pueda convencerlos por lo menos del por qué en nuestras creencias sobrenaturales a los mexicanos nos va mucho más de lo que quisiéramos aceptar.